Decía el comentarista del partido Francia-España del pasado martes que el árbitro había anulado el gol de Griezmann tras consultar en el bar. Mi primera reacción fue pensar que el fútbol -¡por fin!- había democratizado sus estructuras y la opinión de los parroquianos de los bares no sólo iba a ser tenida en cuenta sino que sería decisiva. Seguramente lo achaqué al influjo de las emergentes nuevas políticas basadas en el movimiento asambleario y que contemplan la participación de la población, ciudadanía o a xente do común (aquí se puede elegir el nombre que uno desee) en la toma de decisiones, sean éstas del calado que sean. En definitiva -pensaba ingenuamente- el árbitro va a tener que tomar decisiones con el consenso de la afición que escudriña con avidez cada jugada desde la académica barra de esos templos del saber futbolístico llamados bares.
Pronto salí de mi error al ver las imágenes de unos señores apiñados en una furgoneta alrededor de una pantalla de televisión y equipados con un transmisor que los mantenía conectados con el árbitro del partido. La cuestión no era el bar sino el Var (video assistant referee) o árbitro asistente de vídeo. En la práctica funciona como un ayudante del árbitro provisto de medios técnicos audiovisuales que pueda aclarar determinadas jugadas dudosas (goles, penaltis, expulsiones,..) que al trencilla se le escapan en el terreno de juego. En cualquier caso, la decisión final compete exclusivamente al colegiado principal.
Reconozco que la idea es atractiva. Recoge la tendencia que existe en muchos deportes que han incorporado la tecnología como medio que complementa, asesora y/o corrige las decisiones arbitrales. Este recurso no es nuevo. En atletismo se utiliza la foto finish para determinar quién ha sido el vencedor en una llegada reñida. El tenis lo incorpora de manera eficaz con el ojo de halcón que indica con exactitud donde ha votado la bola. Hasta aquí parece que estamos ante un sistema que no admite dudas.
Sin embargo, hay disciplinas como el futbol americano pionero en estas prácticasque va tres pasos por delante del resto. Además de los árbitros, es fácil ver a los entrenadores con un auricular que le permite comunicarse con sus jugadores que están en el campo. En ocasiones se hace tan pesado el juego que hasta una final de la super bowl puede ser lo más parecido a una partida de ajedrez y entonces la principal incertidumbre de los aficionados es conocer el nombre de la cantante que interpretará el himno de los EEUU antes del evento.
En mi opinión, esta proliferación de gadgets en el desarrollo de un deporte ralentiza de manera exagerada el ritmo del partido y le resta espontaneidad. ¿Se puede afirmar que añade justicia al resultado de un encuentro? Puede ser, pero cuantas veces se sigue discutiendo un gol, un penalti o una expulsión semanas después de verlo varias veces repetido en tv. ¿Cuántas veces hemos visto que es imposible que confluyan los veredictos, incluso entre árbitros y ex árbitros, sobre el acierto o error de una decisión puntual?
Dejemos que el fútbol ponga la mirada en sus orígenes en lugar de explorar nuevas vías que puedan desvirtuar las esencias de un deporte que, no lo olvidemos, no deja de ser un juego.