Richard, un pulmón ‘alemán’ para la banda de Riazor
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Richard, un pulmón ‘alemán’ para la banda de Riazor

Richard, un pulmón ‘alemán’ para la banda de Riazor

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Diez temporadas en el RC Deportivo en dos diferentes etapas y hasta en tres categorías distintas resumen la pegada de todo un ‘clásico’ como Richard Moar (Ordes, A Coruña, 20-IX-1953) en el club herculino.

Criado en las frías llanuras de Renania-Westfalia —en donde adquirió un poderío físico descomunal—, el ahora responsable de la dirección deportiva del Eintracht de Frankfurt —donde comparte labores y amistad con Richard Barral, al que considera “un referente en el fútbol internacional”— regresó a casa para convertirse en un fijo del Depor, donde debutó con 18 años y en donde actuó hasta los 35.

‘Niño de la emigración’ gallega, muy pronto sintió el encanto del fútbol a miles de kilómetros de distancia de A Coruña. “Eran los años 60 y yo vivía en una zona rural cerca de Dortmund, donde había tierras de perfil muy plano, con campos y carriles para bicicletas. La inmigración era española e italiana y te aceptaban bien. Los emigrantes eran ‘currantes’, con poca vida social. Aún voy cada dos años a ver a mis amigos alemanes”, explica.

Richard narra sus vivencias infantiles con una gran dosis de nostalgia, evocando tiempos de felicidad absoluta. “Jugábamos en el patio, en esas llanuras que había teníamos mucho espacio; en invierno se helaban y jugábamos al hockey. Había muchos campos de fútbol, de ceniza... Allá teníamos muchos más medios que en España, aquí había mucha más pobreza. Cuando veníamos de vacaciones jugaba en los campos de Vioño y del Maravillas. Los medios eran menores”, prosigue.

Fiel al prototipo de futbolista germano, destacaba desde sus primeras patadas a un balón por su potencia física. “Era un jugador casi hecho cuando vine de Alemania, me vine con 17 años y a los seis meses ya estaba para jugar en el primer equipo. Allí el fútbol era muy atlético, entrenábamos también en pabellones y hacíamos mucha gimnasia; con 17 años jugaba en el Teutonian Liebstadt, que estaba en lo que aquí podría ser un Segunda B y me pagaban el carnet de conducir para que pudiera ir más fácil a los entrenamientos, porque vivía a 10 kilómetros. Iba en bicicleta a entrenar y hacía muchos kilómetros. Físicamente era una bestia. En Alemania jugué con Karl-Heinz Rummenigge, que era dos o tres años mayor que yo; él era una mole, físicamente poderosísimo, con un desmarque tremendo”, destaca.

Muy a su pesar, las vacaciones en A Coruña cuando estaba a punto de cumplir la mayoría de edad concluyeron en un episodio traumático.
“Ese verano nos vinimos a A Coruña y mi madre me dijo que ya no volvíamos. Me quería morir. Lloré de pena. No quería comer. Me pareció una ‘putada’ enorme que me hizo la vida. Mis amigos estaban allí, me valoraban mucho”, precisa. 

Después del consiguiente bajón anímico, Richard Moar tuvo que rehacerse en los modestos campos de fútbol de barrio coruñeses hasta que otro deportivista histórico le echó una mano.

“Piño y su hermano Manolo me vinieron un día a preguntar lo que hacía en invierno en Coruña y me dijeron que me fuera a jugar al Deportivo. Les estaré eternamente agradecido. Me avalaron y firmé para empezar en el Juvenil del Fabril”, comenta, al tiempo que pone de relieve su meteórica ascensión hasta el primer equipo. “En mes y medio me llevaron a la selección gallega y me pasaron al Fabril de mayores con Rodrigo de entrenador. Empecé la liga con este equipo pero al final de temporada echaron a Belló, Cholo y al Chato, todos sancionados. Arsenio era el míster del primer equipo y ya me controlaba de los entrenamientos. Mi entrenador era Joanet. Un miércoles íbamos a jugar en Riazor con el Fabril y cuando estábamos cambiándonos me dijo el técnico que me quitase la camiseta. No entendía nada y me preguntaba si había hecho algo mal. Joanet me dijo: ‘El domingo vas a jugar con el Deportivo en Balaídos’. Fue una gran ilusión, aunque perdimos 1-0. Hasta el final de temporada me mantuve en el primer equipo”, dijo.

Sus ojos se iluminan al rememorar el mensaje de motivación que Arsenio Iglesias le dedicó en los prolegómenos de su estreno en Primera.

“Si tengo que dar un nombre de gran entrenador, evidentemente destacaría a Arsenio Iglesias. Me acuerdo de una frase de él cuando iba a debutar en Vigo, en el derbi de Balaídos, cuando un masajista me estaba poniendo alcohol en el pecho: ‘Que lle pasa ao rapaz? Carallo, cantos quixeran ter esta oportunidade’, me espetó. Hablaba con mucho respeto pero muy claro. Se hacía respetar. Jugué siempre porque yo era fiel a todos los entrenadores que tenía. Poseía empatía y sabía lo que querían de mí”, subrayó.

Corría la temporada 72-73 y el equipo blanquiazul acabaría descendiendo, dando con sus huesos en Segunda.

“Por desgracia perdimos la categoría y me quedé en Segunda División varios años, con buenas plantillas pero nos faltaba un puntito de calidad para poder ascender; en el Depor me tocó vivir posteriormente una época de declive, había una plantilla envejecida y en Segunda también estábamos con lo justo y bajamos a Tercera. Era muy joven y no tenía la conciencia de sentirme muy culpable”, abundó.
Uno de los peores recuerdos de Richard como jugador tuvo como protagonista también a Paco Buyo, en un desgraciado lance en la temporada 79-80 que supuso el descenso a Segunda B.

“A veces quería hacer más cosas de las que podía; en una jugada de balón largo del rival protegía el cuero, creía que Buyo iba a salir y quedárselo, así que se lo dejé. Un extremo del Levante me apretó mucho y Buyo salió y me arrolló. Nos marcaron a portería vacía y descendimos. Me quería morir por esa jugada. Me marqué las uñas en mi propia camiseta de la rabia, tardaron en pasarme las marcas”, expresó.

En cambio, también recuerda con especial intensidad la oportunidad para regresar a la élite. “Mi momento más dulce fue cuando me traspasaron a Primera División al Valladolid, me preguntaba cómo sería volver a actuar en esta categoría a pesar de que había debutado con18 años. Llegué incluso a jugar la UEFA con el Valladolid. Fui capitán en Rijeka porque el árbitro era alemán y podía hablar con él. Me faltó muy poco para cerrar un ciclo histórico, en Primera con 18 y con 36 años en el Deportivo”, finalizó Moar.

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