Con solo 19 años y desde el modesto Miramar Misiones uruguayo, este regateador nato dejó constancia de su monumental clase en las seis temporadas (en dos etapas) de militancia en el Depor, desde donde fue traspasado junto a Luis Suárez al FC Barcelona en el verano de 1954.
De verbo fluido, gesto amable y memoria inquebrantable, Moll repasa para dxt su adaptación a Europa, trayectoria profesional y su vida actual, siempre activa y ligada al deporte.
“Tenía 18 años y jugaba en el equipo de Miramar de Montevideo, hubo una huelga de jugadores que iban a ir al Campeonato Suramericano en Brasil y los profesionales no fueron; al faltar ellos nos dieron oportunidad a algunos poco habituales, metí cuatro goles y jugué bastante bien. Cuando entró en el Deportivo Alejandro Scopelli, el mejor entrenador que tuve en mi carrera, tenía muchos amigos en Uruguay, se comunicó con un periodista y me recomendó al Deportivo. Así empezó mi carrera en Europa”, describe un futbolista al que le costó sangre, sudor y lágrimas amoldarse a una competición tan exigente como la Liga española.
“Empecé a entrenar con el Deportivo, yo me cansaba una barbaridad porque el clima era distinto, aquí era pleno verano y hacía mucho calor; no estaba acostumbrado a esos entrenamientos tan exigentes. El primer partido que jugué fue un amistoso contra el Celta y me retiraron al descanso porque estaba medio muerto”, ironiza.
Las críticas de la prensa no podían ser de otra manera que negativas y Moll tuvo que hacerse fuerte ante el diluvio de comentarios negativos.
“No me vine abajo porque moral nunca me faltó pero le pedía el balón a los compañeros para mostrar lo que jugaba yo; los periodistas me pusieron a caldo, decían que no podía jugar ni en el Sin Querer”, dijo.
Gran parte del mérito de no haber bajado los brazos en su lucha por triunfar en el ‘Viejo Continente’ se lo debe este menudo punta de 1,66 metros a su primer entrenador en la ciudad de A Coruña.
“Scopelli me preguntó si no sabía driblar y le respondí que sí, que tenía que atreverme. Me invitó a sacar el regate y ante la Real Sociedad comencé a dar a conocer mi juego verdadero, bajaba a recibir el balón y lo llevaba adelante. Empecé a ganar peso en el equipo y confianza; mejor dicho fueron ellos los que empezaron a coger confianza en mí. Desde el día de mi llegada cuando me fueron a recoger a Betanzos esperaban a un uruguayo mastodóntico, muy fuerte, y recuerdo que una voz de preguntó: ‘¿pero vós sos Moll?’”, narra.
Partido a partido la maquinaria blanquiazul comenzó a sorprender por su buen hacer, con una línea defensiva de cinco hombres con cuatro de ellos con acento suramericano que marcaban la diferencia. La ‘Orquesta Canaro’ —muy popular en Buenos Aires a esas alturas de siglo XX— dio nombre también a un repóker de atacantes con el que el Depor rozaría los laureles.
“Llegamos a ser durante veinte minutos campeones de Liga, había mucha pasión por el Deportivo, no iba mucha gente a vernos fuera pero en casa había un gran ambiente”, puntualizó un Dagoberto Moll que al tiempo denunció una injusticia cometida sobre el RC Deportivo.
“Esa temporada jugábamos contra el Valladolid en un partido que empatamos, un delantero de ellos tira y Acuña se tira al palo izquierdo y la saca. Automáticamente se tira encima de la pelota y le cayó encima a un delantero de ellos, con la mala suerte de romperle la pierna. Pesaba mucho, era un portero excepcional. Lo suspendieron cuatro partidos a posteriori porque el árbitro no pitó ni falta. En lugar de Acuña entró Pita, un chico encantador, pero no tenía el mismo nivel de Acuña y en los partidos que jugamos sin él perdimos puntos clave para el título de Liga. Con Acuña éramos campeones seguro. Dentro del área era el rey, cuando salía de puños dejaba a todos tumbados, tanto a rivales como a compañeros. Fue el mejor portero que conocí, era valiente y potentísimo. Era un poco golfo (se ríe) pero era el mejor”, señala.
El Depor 49-50 se codeó con los grandes nacionales pero finalmente acabó como subcampeón de Liga por detrás del Atlético de Madrid.
De acariciar la gloria el club coruñés pasó a luchar por eludir el descenso, en un ambiente enrarecido. “Se había corrido la voz que yo me emborrachaba cuando lo cierto era que no bebía. El vino que había aquí no era comparable al de Uruguay, que tomabas un vaso de vino y te peleas con Cassius Clay. Comía en el restaurante Lardi, que era bárbaro, allí aprendí a comer de todo, no solo carne, como en Uruguay. A pesar de todos los partidos que ganábamos nos criticaron y empezaron desde la prensa a contar mentiras. Los directivos de aquel entonces no estaban a la altura”, pone en relieve.
Coetáneo de leyendas coruñesas de la talla de Amancio Amaro, del que destaca su “rapidez y gran talento driblador”, o de Arsenio Iglesias, de quien cree que “podría llegar a más en caso de ser más atrevido”, Moll se queda sin dudarlo con la magia de Luis Suárez.
“Me acuerdo que iba a verlo jugar cuando él estaba en el Fabril, tenía 15 años y era muy bajito debido a una enfermedad; posteriormente dio un estirón tremendo. Si está en América a los 15 años hubiera jugado en Primera por su calidad. Nos preguntábamos por qué no lo llevaban al primer equipo. Un empresario textil catalán, Tamborini, venía mucho a Coruña y nos vio jugar a Suárez y a mí y nos llevaron al Barcelona. Aquí no valoraban la calidad de Suárez. Lo veías jugar y ya veías algo superior a todos los demás”, expresó.
Aunque tomó recortes de grandes técnicos como Scopelli o Helenio Herrera, este delantero ‘charrúa’ que se ve reflejado “quizá en Santi Cazorla” confiesa su vocación futbolística autodidacta.
“Creo que todo jugador debe aprender a mejorar por sí mismo; aprendí a jugar en Montevideo, en un barrio en el que te daban unas hostias que no te podías ni imaginar. Te obligaban a ser un hombre los propios compañeros, porque a lo mejor si no te daban unas hostias los de tu mismo equipo. Ibas con el culo apretado pero ibas”, confiesa.