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Hay que dejar trabajar a los entrenadores. Desde fuera lo vemos sencillo, somos capaces de encontrar las carencias, cazarlas al vuelo y tener la solución preparada y lista para ser ejecutada. No entiendo si tanto sabemos todos porque no hay más técnicos. Lo que pasa es que solo vemos, la mayoría de las veces, el trabajo plasmado en el partido, y no todo lo que se ejercita durante la semana.

Como el deporte es así, injusto a veces, caprichoso cuando no quiere entrar la pelotita en la portería, cuando no es línea en tenis, cuando la canasta escupe un tiro, también es ahí donde radica su belleza. Porque no se puede controlar en su totalidad, porque hay factores externos que influyen, porque no importa lo mucho que trabajes algo, siempre puede fallar o al revés. Puedes ver a tu equipo mal o alicaído y puede ocurrir algo que lo cambie todo. Incluso el sino de una contienda que tú ya veías perdida.

Pero para ganar hace falta tiempo. No se construye un equipo en dos días, ni en dos, ni en tres. Se construye diariamente, en los triunfos y también en las derrotas. Las escuadras se hacen fuertes también en la adversidad, porque cuando se gana siempre aparecen los abrazos y las loas. Pero cuando se pierde llegan los reproches y las caras largas. Solo alguien que entienda muy poco el deporte puede vivir en la fantasía de que su equipo no va a perder. Lo hará y mucho y muchas veces, y es probable que sea a veces injusto, pero el deporte lo es en ocasiones. También a veces da cuando no se merece, aunque entonces nunca nos quejemos de un regalo no merecido.

Dejemos a los entrenadores espacio para trabajar con sus equipos, no les atosiguemos con lo que tienen que hacer o cómo. Ellos saben, por eso están ahí, sino el tiempo o los resultados ya las darán o quitarán razones. La paciencia es algo que se practica poco con ellos, su puesto se tambalea en todo momento, los momentos de calma son contados y las alegrías escasas. Un trabajo en el que en la derrota se llevan consigo una pesada mochila y en la victoria se disfruta de una alegría efímera con la amenaza de la siguiente jornada latente. Démosle tiempo, dejémosles trabajar y apoyémosles, no hagamos más difícil para ellos una labor que suele tener pocas sonrisas y muchos sinsabores.

 

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