En la piel del entrenador
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En la piel del entrenador


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Los años de jugador son los mejores del fútbol. Se preocupa de entrenar tres, cuatro, cinco veces a la semana y de jugar los minutos que le den en cada partido. El resto del tiempo no piensan en fútbol o, mejor dicho, no piensan en su equipo. Los años de entrenador son, probablemente, los de más sufrimiento.

Normalmente, el futbolista se divierte, sale de fiesta, después de los partidos –el que más arriesga lo hace el día antes o dos días antes– y tiene todo el derecho a pasárselo bien, a relajarse, a desconectar. El entrenador también tiene derecho a todo eso, pero no es capaz.

¿Alguien puede creerse que Miguel lo pasó bien en la cena de equipo que tuvo el Bergantiños el pasado viernes después de perder por 0-3 en casa ante el Estradense? El entrenador es entrenador las 24 horas del día gane, empate o pierda. Y, si las cosas no salen, es el que más sufre. ¿Alguien duda de que más de un jugador del Bergan se lo pasó en grande esa misma noche?

Por norma general, el entrenador se siente mucho más culpable del mal funcionamiento del equipo que el futbolista, aunque los errores de los goles en contra sean individuales. Suele decirse que el jugador es egoísta, y puede que sea verdad, pero el entrenador, generalmente, es todo lo contrario: absorbe responsabilidades, se replantea situaciones, escribe y tacha una y otra vez.

Esto no solo le ha pasado al entrenador del Bergantiños por perder contra el Estradense en casa. Probablemente le ha sucedido también al del Paiosaco pese a la derrota lógica (en inferioridad numérica casi una hora ) en casa del líder. Puede que también haya ocurrido en el autocar de Abegondo a Ourense. O incluso el propio Luisito –su Fabril ganó por 3-1 a la UD– le dé vueltas a las tres últimas victorias, pero todas con goles encajados. Es estar en la piel del entrenador.

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