OPINIÓN | multipropiedad
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Que el fútbol es un negocio ya nos lo contaban nuestros abuelos o padres, cuando nos decían la pasta que el Madrid le había dado al Dépor por Amancio o el dineral que el Inter pagó al Barça para llevarse a Luisito Suárez, cantidad que, dicho sea de paso para poner en contexto al lector, sirvió al club azulgrana para construir la tribuna del Camp Nou. Lo que no nos relataron, ni nuestros abuelos ni nuestros padres, es este fútbol totalmente comercializado de nuestros días. Eso ya lo hemos visto y seguimos viendo con nuestros propios ojos.


En el fútbol inglés la compraventa viene de lejos. Ya en 1984, el abogado norteamericano Bruce Osterman compró el Tranmere Rovers, tercer equipo de Liverpool, que entonces militaba en cuarta división. Mucho más tarde, en 2005, llegaron los Glazer a Old Trafford. El primer caso importante en el fútbol español se dio en 1999, cuando el excéntrico Dimitri Piterman compró el Palamós. El empresario estadounidense de origen ucraniano adquirió la cuarta parte del accionariado del Racing de Santander en 2003 y compaginó ambos clubes hasta que se deshizo de ellos para adquirir, un año más tarde, el Alavés.


Piterman fue un pionero de la multipropiedad, como también lo fue el Ajax, aunque con un asterisco. También en 1999, el club neerlandés creó —que no compró— el Ajax Cape Town en Sudáfrica y el Ajax America en Estados Unidos a modo de academia en esos países. Después apareció la familia Pozzo y su triángulo Udinese-Watford-Granada. Hoy abundan las empresas y fondos de inversión que manejan hasta cinco clubes. El problema está servido. La reciente clasificación para la Europa League de Lyon y Crystal Palace, cuyo dueño es el mismo, ha provocado el primer cisma importante, pues viola la normativa multipropiedad de la UEFA. Con la deriva de los últimos años y lo que se avecina, todo apunta a que el asunto se repetirá con cierta frecuencia.

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