Leyendo la previa del arranque de la liga rusa, que se pone en marcha esta tarde con el estreno de Valery Karpin en el banquillo del Dinamo Moscú, mi compañero Armando Palleiro —ya de vuelta tras su baja por paternidad— me ha recordado lo bien que lo pasábamos currando las semanas de los derbis con el Celta y lo fácil que era hablar con los jugadores, fueran blanquiazules o celestes. Y eso que tanto coruñeses como vigueses estaban en su ‘prime’, como dicen ahora. Los deportivistas, con una Liga, dos Copas del Rey, tres Supercopas de España en el bolsillo y peleando de tú a tú con los poderosos de Europa en la Champions. Y los olívicos, alternando participaciones en la Liga de Campeones y la UEFA.
El contraste antes y ahora en la cercanía de los futbolistas con la prensa y los aficionados es abismal. Todavía más, la facilidad que había en esa época para entrevistar a los jugadores y, en el caso de los hinchas, seguir los entrenamientos de sus ídolos. Y eso que en Acea de Ama y —desde mayo de 2003— en Abegondo entrenaban Fran, Mauro Silva, Djalminha, Makaay, Tristán, Valerón, Donato, Molina... (mejóramelo, si puedes) y el vestuario del Celta lo integraban Karpin, Mostovoi, Catanha, Gustavo López, Sylvinho, Milosevic... Sorprende su accesibilidad, teniendo en cuenta que ambas escuadras estaban plagadas de jugadores internacionales con sus respectivas selecciones. Algunos, campeones del mundo. Muchos de ellos, leyendas. Ahí los tenías entrenando a tu lado. Una cercanía que contrasta con el hermetismo de hoy en día —y eso que cualquier comparación es odiosa, dada la abismal diferencia de nivel—. Ahora toca ver los entrenamientos desde una carretera, y ya ni eso, puesto que los campos están totalmente tapados por lonas... Me pregunto cómo pudo el Dépor jugar cinco años seguidos la Champions con tanto aficionado y periodista espiando.