A través de las redes sociales se han filtrado dos diseños de camisetas del Deportivo para la venidera campaña y se ha montado un revuelo. El primero afecta a la prensa, que nunca se entera de nada, dicen. Algún día habría que hablar sobre de que se entera y de que habla o no cuenta la prensa, pero por ahora basta con que nuestros fiscales intenten digerir que quizás no sea misión de un medio de comunicación dar pábulo a piratas y falsificadores. En todo caso tampoco cerré los ojos o gire la mirada al ver las imágenes. Así que una vez vistas expongo mis conclusiones, que no difieren de las que obtengo todos los años: me dan igual. Unas veces son más bonitas y otras más feas. Y siempre, siempre, es una cuestión subjetiva que tiene que ver con el gusto de cada cual. 

El caso es que no hace tanto esta cuestión de las camisetas se convirtió en casus belli para un sector de los seguidores del club. Era un tiempo en el que cualquier detalle valía para guerrear (¿dónde estarán hoy algunos de aquellos titánicos defensores del deportivismo?), así que se convirtió en un drama que la camiseta del equipo llevase rayas horizontales. Volvamos a lo subjetivo: la camiseta también filtrada en el verano de 2019 y que recordaba a las secciones de atletismo y ciclismo del club no me gustaba en su versión futbolística. O quizás deba explicarlo de otra manera. La prenda me parecía bonita, pero la veía en el campo y no me me creía que aquello fuese el Deportivo. Cuidado, quizás que la llevasen Montero, Abdoulaye Ba, Beto da Silva, Keko o Beauvue ayudaba a ese descreimiento. Pedí datos sobre la casaca y su aceptación entre el pueblo porque resulta que iba a Riazor y aún veía a unos cuantos como la lucían orgullosos (siempre debería ser así con la camiseta del Deportivo). De manera inopinada resultó que a una determinada altura era la más vendida de la historia del club. Obviamente el palo fue para el mensajero. Todavía hoy me encuentro con tropa que cree que duermo enfundado y entusiasmado entre rayas horizontales.

Todo aquel geométrico episodio llegó al culmen cuando un señor que quería ser presidente del club (de hecho lo fue) anunció entre la algarabía de acólitos y adheridos que con él a los mandos el Deportivo iba a volver a jugar con rayas verticales. Se hizo durante un partido, volvió la horizontalidad el resto de la temporada y una vez algunos creyeron acomodarse en el castillo no se volvió a hablar de tan enojoso asunto. Ni nos benefició ni nos perjudicó. Supongo.

Siempre que recuerdo aquella opereta me viene a la mente la germánica mentalidad de los seguidores del Bayern, que siguen en pie a pesar de que su equipo ha empleado el rojo, el blanco e incluso ambos colores combinados en todo tipo de geometrías, el rojo con el azul, el crema y hasta, en varias ocasiones, el gris para pintar durante las últimas décadas su primera camiseta. Yo no sé si podría soportarlo, tan sensible como soy a que por ejemplo mi equipo evite vestir de azul y blanco cuando puede hacerlo. Esta pasada campaña no jugó ningún partido fuera de Riazor con los colores de su sagrado manto. Ya sé que no son tiempos de ruido en el deportivismo y lo celebro. Soy el primero en abrazar la paz social. Pero un lamentito por este asunto quizás se pudo haber deslizado.

Me agrada que las camisetas tengan un relato tras ellas, tal y como lo ha mantenido el Deportivo en los últimos diez años. Que el relato no sea marquetiniano, y sí relativo a nuestro devenir o a nuestras raíces, ayuda a reconfortarme en medio de todo este debate textil. Me desagradaría que se dejase de vestir la que lleva los colores de la bandera gallega y todavía más que dejase de lucirse por quien sabe que supersticiones. Pero, al final, lo que realmente me importa es que quienes vistan la camiseta que lleva el escudo del Deportivo la dignifiquen y la conviertan en vencedora.