No concibo la vida sin deporte. Una actividad esencial, sea al nivel que sea, sea la modalidad que sea. Un pilar básico para mantener el equilibrio físico y mental de cualquier ser humano. A lo largo de mi vida, con ficha federativa, solamente he practicado fútbol, triatlón y ciclismo, aunque he disputado infinidad de pachangas de baloncesto, tenis o pádel, he nadado kilómetros y kilómetros en la piscina de La Solana –lo reconozco, casi siempre con pull buoy– y he practicado atletismo en la playa de Bastiagueiro, donde con los amigos hacíamos un decatlón –aunque era un poco de risa que saltásemos más en altura que con pértiga– casi a diario durante todos los veranos de mi infancia y adolescencia. Si una cosa me ha dejado claro todo lo que he sudado y he disfrutado es que en la vida no cabe otra actitud que esforzarse, pelear y nunca bajar los brazos.
Da igual si compites o no. Si lo haces por diversión o por intentar vivir de ello. Si te picas con los colegas o lo único que te apetece es divertirte. Si forma parte de los propósitos de año nuevo o si eres de los que entrena como si cada día fuese el último. El deporte es una escuela para la vida. Enseña a ganar y sobre todo a perder. A ser capaz de sufrir. A plantearse nuevas metas y retos. A tomar la decisión correcta manteniendo la calma aun con las pulsaciones disparadas. Por eso es tan importante el deporte de formación, el deporte base al que hoy reconocemos con toda la ilusión de los que lo practicamos y lo amamos. Los Premios DXT al Talento Base recompensan el esfuerzo y la capacidad de los jóvenes deportistas de nuestra comunidad y, además, a quienes les ofrecen las mejores condiciones para formarse como atletas y como personas. Por muchos años.