Ya puede acertar Lucas con su comentario al respecto del partido del domingo en el Heliodoro Rodríguez López. Todo lo que no sea no ganar en el campo chicharrero será un mal resultado.
Lo dice el mal momento que atraviesa el equipo tinerfeño, colista por méritos propios. Solo dos victorias en casi media Liga. Once puntos en el casillero. Tres derrotas y un empate en la cuatro últimas jornadas. Y ojo, que ni es el equipo menos goleador ni el más goleado. En ambas tablas tiene a varios equipos por detrás. Las situaciones de este tipo suelen ser buenas para los visitantes, por aquello de pescar en río revuelto. O lo que es lo mismo, lo que le ha sucedido en numerosas ocasiones al Deportivo este curso, incapaz de encontrar el camino de la victoria en Riazor pese al apoyo incondicional de su inquebrantable afición.
El Tenerife está en manos de un viejo conocido de la parroquia deportivista, Pepe Mel, y empezó el curso en manos de otro, Óscar Cano. Ambos dejaron diferentes recuerdos en A Coruña, pese a que el actual preparador tinerfeñista, después de salvar con holgura al equipo en el curso 2016-17, acabó despedido durante la nefasta última campaña en Primera, la 2017-18. Es curioso, pero Mel venía de tocar el cielo con el Betis y de sentarse en un banquillo de la Premier League –nada más y nada menos– con el West Brom, y desde su salida de A Coruña, en un camino casi paralelo al Dépor, apenas a vuelto a tener contacto con la élite. No pinta bien la cosa en las islas. Después de doce campañas consecutivas en Segunda –tras dos añitos en el infierno de Segunda B–, el panorama no es nada halagüeño. El Dépor debe sacar provecho de ello. No le queda más remedio si quiere evitar una situación clasificatoria incómoda que se está alargando demasiado en el tiempo.