Pucho Boedo | “Lloré como un niño de alegría cuando gané la medalla”
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Pucho Boedo | “Lloré como un niño de alegría cuando gané la medalla”

Pucho Boedo | “Lloré como un niño de alegría cuando gané la medalla”
Pucho Boedo | Carlota Blanco

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Pucho Boedo (A Coruña, 1959) nunca dejó que la discapacidad visual le impidiese hacer una vida normal. El judo se cruzó en su camino para ayudarle en esta misión. Ganó 38 medallas internacionales en su carrera deportiva, incluida la plata en los Juegos Paralímpicos de Atlanta 1996. En Sidney 2000 se quedó a las puertas y se llevó un diploma. Sigue vinculado al deporte como profesor en el Colegio Karbo.

 

Han pasado 28 años de su paso por Atlanta 1996. ¿Se sigue acordando de todo?
¿Cómo no me voy a acordar de unos Juegos? De todo me acuerdo, de lo bueno y de lo malo. Para mí ir a los Juegos fue como tocar el cielo con las manos. No hay nada como verte desfilando en un estadio olímpico, con las gradas abarrotadas. Conoces gente de todos los países, se hacen amistades, piña con los compañeros... allí aprendí que todos somos iguales. No sé, es precioso. Porque además estar allí ya significa que has sido el mejor, por lo menos de tu país, en los últimos cuatro años. Yo ya estaba contento con eso. Y no iba pensando en ganar medalla. Verme allí era apoteósico, paseando por la Villa con mi identificación.

 

¿Mejor Atlanta o Sidney?
Mejor Barcelona, pero allí fui solo como reserva. Atlanta no me gustó mucho, sobre todo por la alimentación. Mucho mejor Sidney, muy bonito todo, pero el viaje para llegar allí fue de 24 horas. Yo había estado en Mundiales y Europeos, pero como unos Juegos nada. Son lo máximo. Ser olímpico queda para toda la vida. Cuando veo mi diploma o mi medalla me vienen muchos recuerdos a la cabeza. Lloré como un niño de alegría cuando la gané. Se me escapó el oro, pero yo no contaba con nada. Le gané a un japonés. Después a un coreano. Después a uno de China Taipei. Al ruso le pegué un zapatazo y me fui para semifinales. Me vino el ucraniano y también le gané. Y ya en la final no pude con el de Brasil.

 

¿Le quedó algún arrepentimiento?
Bueno, perdí la final y me quedé con la plata. Pero me tengo que quedar con que estábamos los dos mejores y con que tuve que pasar muchas pruebas para llegar allí. Ahora puedo decir que si llegan a existir en ese momento las reglas de ahora, seguramente sería campeón olímpico. La diferencia entre un nadador o un atleta y un judoka es que los primeros, la mayoría de las veces, participan en más pruebas y si fallan en una, tienen más opciones. Nosotros no. Te lo juegas todo en cuatro minutos y si en el primer minuto el contrario te da una piña, adiós al trabajo de cuatro años.

 

¿Mucha presión?
Eran cinco horas de entrenamiento todos los días. Y si algún día descansaba, no me libraba de correr por lo menos durante una hora. Así durante cuatro años. Y jugándote la clasificación con un compañero para ser el mejor, teniendo que ir a competiciones todos los fines de semana para sumar puntos. Y encima si estás en lo alto del ránking, todo el mundo quiere ir a por ti. Puedes llorar de desgracia o de alegría.

Al final el deporte es eso, da muchas alegrías, pero también puede ser muy cruel.
A nivel competitivo es muy cruel. Porque tienes que ir a por todas, estudiar, entrenar... además fuera, porque yo mi casa la veía como mucho en postalilla.

 

¿A usted le cambió la vida?
Profesionalmente desde luego, porque ahora me dedico a esto. Pero además es que el judo no es solo un deporte, sino un estilo de vida, una filosofía que inculca trabajo, respeto y sacrificio. El judo fue mi vía de escape. Cuando era pequeño se metían mucho conmigo por mi discapacidad. Cuando empecé en el judo, ya no tanto. Fui ganándome el respeto. 

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