Eduardo Seoane, el ‘Iribar de San Roque’ blanquiazul
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Eduardo Seoane, el ‘Iribar de San Roque’ blanquiazul

Eduardo Seoane, el ‘Iribar de San Roque’ blanquiazul
Eduardo Seoane, exportero del Deportivo

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Eduardo Seoane (A Coruña, 25-I-1948) representa la fidelidad a los colores blanco y azul del RC Deportivo; en sus seis temporadas en el primer conjunto profesional herculino militó en Primera, Segunda y Tercera División entre 1970 y 1976. 


Criado en las categorías inferiores de clubes modestos de la urbe herculina, su regularidad y extraordinarios reflejos forjaron el crecimiento de este portero de 1’86 metros, sin duda un ‘gigante’ para su época.

Con el Fabril me rompí la muñeca en Monforte y tuve que aguantar todo el partido


“Yo era de San Pedro de Visma, cuando era niño empecé en Infantiles en el equipo del barrio, el Atlético San Pedro, cuando esta categoría era de 11 a 15 años; comencé a los 10 con la ficha falsificada y después ya pasé al Sin Querer”, explica.


“Siempre fui portero, hasta que me retiré, aunque me gustaba jugar también adelante, con los veteranos lo hacía”, destaca a este diario, al tiempo que narra los diferentes pasos que fue dando en su carrera. 

Mis primeros guantes me los dio Miguel Ángel; antes escupíamos en las manos


“Con la Selección Gallega quedamos subcampeones de España de Juveniles, era el único jugador de la ciudad de A Coruña; estaba Juan, que jugó en el Celta y que era de Ferrol, estaba Manolo del Celta, Villar... Quedamos subcampeones de España y nos regalaron un reloj”, recuerda.


Tras su paso por categorías inferiores, el RC Deportivo le dio la oportunidad de acariciar el fútbol profesional.

Los jerséis de portero eran de lana; entrabas pesando 80 kilos y salías con 90 


“Había un equipo que me quería de afuera pero me vine al Deportivo, cuando tenía 18 años el Ordes era filial del Deportivo y me fui cedido. Ascendimos a Tercera y el verano siguiente entré en el Fabril con Arsenio. Jugué toda la temporada menos el último partido porque en el penúltimo en Monforte rompí la muñeca y tuve que aguantar todo el partido con ella rota”, asegura.


De la mano del preparador argentino Roque Olsen, Seoane pasó al primer equipo deportivista.


“En la temporada 70-71 con Olsen subí al Deportivo y viajé al primer desplazamiento del equipo, a Villarreal, que había subido a Segunda. Era un campo de tierra y habíamos empatado 0-0. Jugué toda esa temporada, que ascendimos. Eliminamos al Madrid y al Celta en la Copa y después nos dejó fuera a nosotros el Barcelona”, rememora. 

Le paré un penalti a Passarella y me dejó la marca del balón en la pierna una semana


Partido a partido, este coruñés se fue labrando un nombre y un prestigio en las filas del cuadro herculino; hasta el punto de que fue comparado a uno de los grandes arqueros de la historia de la Liga.


“Había un periodista en el diario El Ideal Gallego que se llamaba Alejandro Martínez, que me bautizó como el ‘Iribar de San Roque’. Yo le decía que era de San Pedro de Visma y no de San Roque pero así me quedó. El propio Iribar, Miguel Ángel, García Remón, Reina o Sadurní eran los referentes de esos tiempos en la portería. Los primeros guantes buenos que tuve me los regaló Miguel Ángel. Había unos para seco y otros para mojado. Nosotros antes en campo seco jugábamos sin guantes y nos pasábamos el partido escupiendo en la mano para que el balón no se escapara; en mojado jugábamos con guantes de lana. Si tenía algún agujero les ponías un esparadrapo, no había para más”, describe.


Las equipaciones de aquel entonces carecían de los avances técnicos de las grandes multinacionales actuales. 


“Los jerséis eran de lana, en campos embarrados si salías al campo pesando 80 kilos, volvías con 90; la primera vez que jugamos contra el Madrid en Copa empatamos 1-1 alli; salía a jugar en el túnel de vestuarios con camiseta de lana y nos fijamos en sus botas, brillantes como si tuvieron betún, las camisetas con agujeritos para transpirar... Ya salías perdiendo (risas). Los entrenamientos eran durísimos, para los porteros todavía más en campos de tierra, con balones pesadísimos y botas de lona. No había más medios”, dice.

Arsenio fue el entrenador que más oportunidades le dio  a la gente de A Coruña


Este exdeportivista tiene la convicción de que el fútbol en general ha ido perdiendo dureza de modo paulatino. Para los guardametas también.


“El portero salía con la rodilla por delante para marcar su terreno, el delantero tenía cuidado y los defensas se quedaban quietos para que no les cayese la hostia”, ironiza.


“Antes se despejaba más de puños. Penaltis la verdad es que paré un montón de ellos; le detuve uno a Passarella cuando vino con River y me dejó la marca del balón en la pierna una semana. Sufrí tres luxaciones de hombro y jugué tres o cuatro meses infiltrado, me pinchaba Hermida”, añade.


 Preguntado acerca de sus entrenadores en el mundillo profesional, Seoane subraya la figura de Arsenio Iglesias.


“Pepe Vales y yo éramos compañeros de habitación en un viaje en Madrid y estábamos hablando por la noche. Llamaron a la puerta y se escuchó “a ver se calades e dormides un pouco”. Era Arsenio (risas). Se preocupaba mucho por los jugadores y fue el entrenador que más oportunidades le dio para jugar a la gente de A Coruña. Fue el mejor entrenador que tuve en mi carrera”, indicó.


“Después vino Riera, un chileno que venía del Benfica; hizo una revolución y probó con todos los jugadores de la plantilla en las primeras jornadas. Hasta que lo echaron y llegó Carlos Torres. A continuación Orizaola y vino Irulegui. Bajamos a Tercera, fue una temporada mala”, precisó. 


“Después del Deportivo me traspasaron al Salamanca; estuve a punto de irme al Espanyol, la directiva me quería colocar en este equipo y me iba a ir a Barcelona. En una gira por Argentina no iba a jugar pero al final me convencieron y empatamos contra Talleres de Córdoba (1-1). Hice una buena gira y al volver a España no me traspasaron”, expone. 


Antes de concluir, el exportero revela que la plantilla del Depor era como una gran familia, con una total camaradería entre sus componentes, que formaban piña antes y después de cada entrenamiento o encuentro.


“Teníamos una gran relación en el vestuario, el diez por ciento de las primas se ponía para los suplentes, utillero y masajista. Encargábamos tortillas y había mucho compañerismo. Si te enterabas que alguno salía de noche se lo decías para que no se repitiese”, dijo. 


En líneas generales, el futbolista seguía siendo un privilegiado, aunque alejado de los lujos del presente.


“El sueldo era bueno, daba para vivir bien y podías comprar un piso. Los solteros teníamos un sueldo y los casados, otro. Había un plus por victorias y si tenías hijos”, dijo.

Eduardo Seoane, el ‘Iribar de San Roque’ blanquiazul

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