Dentro de esta pandemia que estamos viviendo, esta semana nos hemos sobresaltado con la noticia del fallecimiento del exfutbolista y periodista Michael Robinson por otro motivo ajeno al Covid-19. Un cáncer diagnosticado hace poco más de un año y del que muchos nos habíamos olvidado a pesar de saber que no tenía curación. Habíamos seguido viendo sus conocidos “Informe Robinson” y alguno habíamos pensado que la cosa iría para largo. No fue así, desgraciadamente.
Robinson era un tipo peculiar y diferente. Por lo pronto, sabía hablar español. Muy macarrónico, pero lo hablaba muy bien. Lo cual es toda una proeza tratándose de un británico, que no aprenden el idioma de otro país ni a empujones. Por otro lado, era una persona que derrochaba sonrisa y buen rollo allá por donde iba. En una época (inicios de los 90) en que la guerra entre emisoras de radio era constante, él supo mantenerse al margen y hacer lo que mejor sabía: narrar un acontecimiento deportivo de forma desenfadada. Y lo hacía muy bien.
Sus lugares favoritos eran Pamplona –obviamente- y Cádiz. Pero también tenía un hueco en su corazón para nuestra Coruña y para nuestro Deportivo. No olvidemos que sus inicios en la cadena Ser y en el programa “El Día Después” de Canal + coincidieron con el ascenso a Primera, la permanencia y el nacimiento del Superdepor. Especial predilección tenía por Arsenio, y en la temporada 93-94, la del fatídico penalti de Djukic, fueron numerosos los partidos que Canal + retransmitió desde Riazor. Robinson lo justificaba diciendo que “es que venir a La Coruña me permite comer bien”. Buen argumento.
Y como este artículo va de anécdotas, tengo que contar una que viví en directo como espectador sobre Michael Robinson. Después de un partido en Riazor Robinson se fue a tomar algo a un pub del Orzán junto con otras personas. Pues bien, a pesar de que por aquel entonces no había móviles y menos aún con cámara, allí todo el mundo tenía su cámara fotográfica y su bolígrafo. Todo el mundo se le acercaba para que le firmara una servilleta, para que se hiciera una foto. Y él a nadie le decía que no. El caso es que el bueno de Michael no podía encontrar un instante para poder echar un trago a su copa. Total, que transcurridos unos minutos, se fue a la barra y le dijo al camarero: “disculpa, tengo un problema con esta copa”. “¿Hay algún problema, señor?”, le respondió el camarero. “Sí”, respondió Michael, “es que ya no me atrevo a tomármela”. Y es que se le había derretido todo el hielo. Se la cambiaron al instante, por supuesto.
Descansa en paz, Robinson. Gracias por estos años. Como bien dijiste tú de nuestro Depor, nosotros te vamos a seguir queriendo igual.