El Celta celebró en la jornada de ayer su 97 cumpleaños presumiendo de músculo financiero e inmerso en un proceso que a finales de septiembre o principios de octubre lo llevará, por primera vez en su historia, fuera de la ciudad de Vigo.
Las diferencias, insalvables, entre el presidente y máximo del club, Carlos Mouriño, con el alcalde de la ciudad, Abel Caballero, han provocado que el Celta terminara construyendo su nueva ciudad deportiva en la localidad vecina de Mos, a donde tiene previsto trasladarse de manera inmediata.
Ni tan siquiera las objeciones del ayuntamiento de Vigo a la reforma puntual del Plan General de Ordenación Municipal de Mos para legalizar el proyecto, donde el Celta desea levantar una amplia área comercial, han frenado la amenaza de Mouriño de llevarse al Celta fuera de Vigo.
El primer paso lo dio con la construcción de la ciudad deportiva, a donde el primer equipo y el filial se trasladarán este mismo año —la idea del club es a finales de septiembre o principios del mes siguiente—.
El conjunto celeste cerró la temporada 2019-20 con unos ingresos totales de 106 millones de euros y un beneficio de diez, un poderío económico que le permite encarar sin mayores dificultades la crisis provocada por la covid-19: el patrimonio neto positivo supera los 90 millones de euros.
Esa bonanza económica contrasta con el fracaso deportivo de las últimas dos temporadas, pese a la fuerte apuesta realizada el pasado verano con la ‘operación retorno’: Santi Mina, Denis Suárez, Pape Cheikh y Rafinha regresaron a Vigo.
Atrás quedan ya los años del Celta de Eduardo Berizzo, que alcanzó dos semifinales de la Copa del Rey de manera consecutiva y rozó la mayor gesta de su historia al quedarse a un gol de eliminar al Manchester United, en Old Trafford, en la semifinal de la Europa League.
Fue un 23 de agosto de 1923, a las diez de la noche, en la sede de la Federación Gremial de Patrones, cuando se selló la fusión del Vigo Sporting y el Fortuna con la firma de los pertinentes documentos y la lectura de la composición de la primera junta directiva del nuevo club resultante: el Celta.
Una larga vida que cerca estuvo de finalizar en 2008, asfixiado por una enorme deuda de 84 millones que obligó al consejo de administración presidido por Carlos Mouriño a acogerse a la ley concursal de manera voluntaria al prever su dificultad para hacer frente a las obligaciones de pago.
La etapa de Mouriño al frente del Celta -se convirtió en el máximo accionista en mayo de 2006 al adquirir el 39,84 por ciento de las acciones que poseía Horacio Gómez- ha estado marcada por un estricto control financiero que ha convertido al club en uno de los más saneados de Europa.
Sin deuda reconocida, ahora el reto pasa por volver a jugar una competición europea, un objetivo mayúsculo. l