M uchas veces se escuchó en los peores momentos de la pandemia aquello que, pasado el confinamiento y la crisis sanitarias “saldríamos mejores”. Ese mantra que se repitió una y otra vez, como el de doblegar la curva, y que no por muchas veces dicho se ha convertido en cierto.
De momento, en medio de una segunda ola que crece cual tsunami, el deporte sigue como puede. Al margen del fútbol de élite y el baloncesto, el resto de disciplinas hacen lo que está en su mano para sobrevivir en medio de una situación difícil de controlar. En un contexto en el que debería de imperar la unión, tristemente hemos visto en estas semanas como parece que importa más el ombligo de uno que el del prójimo. Nada nuevo bajo el sol, sino fuese porque en este momento de pandemia mundial el individualismo no nos va a ayudar a superar esta situación.
Y por eso es tan penoso ver como en el fútbol sala, por ejemplo esta semana, el minuto de silencio de un equipo, que decidió jugar con mascarillas FPP2,a modo de protesta no fue secundado y las componentes del equipo rival dieron la espalda a sus compañeras. Una imagen insolidaria, como lo fue una protesta similar, aunque en esta ocasión el equipo que no protestaba aprovechaba para marcar gol. Estampas tristes de ciertos equipos que creen que la pandemia no va con ellos, que deciden hacer la guerra por su cuenta y que desprecian ir de la mano, cuando es la unión y no la confrontación parte de la solución. Seguir consintiendo comportamientos egoístas, que deberían ser censurados e incluso castigados, demuestra lo poco que hemos avanzado todavía y lo mucho que nos queda por recorrer.
Los equipos que llevan a cabo esta y otras acciones no representan los valores del deporte ni de una sociedad que tiene, ahora más que nunca, que aunar esfuerzos. No hay nada que justifique la insolidaridad ni que pueda ser más mezquino que mirar para otro lado ante un problema colectivo y global.
¿Saldremor mejor, cuando salgamos, de esto? Lo dudo.
