Vemos las noticias de campos de fútbol en los que los padres acaban a guantazos y nos parece que son algo aislado, incluso muy lejanos a nosotros mismos. Pero luego te das una vuelta un fin de semana por un partido de categorías inferiores y descubres que hay mucho hooligan suelto en las gradas.
Por suerte, también hay muchos padres que acuden al campo para disfrutar viendo a su hijo practicar un deporte. Los que deciden que ese partido es como una final acaban por dar vergüenza ajena. En un partido de fútbol siete de niños de entre cuatro y cinco años (biberones los llaman) pude comprobar la cantidad de técnicos frustrados que hay en el fútbol base.
Gritos a sus hijos sobre conceptos tácticos (‘cubre el palo corto’, ‘toca en largo’, ‘tírate para el lado derecho en el penalti’) como si estos no tuvieran entrenadores. Entremedias improperios varios que los niños, que no son sordos, escuchan. Y con cada gol brincos en la grada mientras los goleadores celebran sus dianas con gestos que recuerdan y mucho a los que se ven cada fin de semana en los campos.
No creo que los jugadores de fútbol de élite sean plenamente conscientes de la influencia que ejercen en los niños, pero si lo son, deberían tener mucho cuidado con sus gestos y cómo se comportan en el campo. No dejan de ser un ejemplo para estos pequeños jugadores.
Como ejemplo tendrían que ser sus padres, porque de lo contrario muy pronto veremos como se les prohíbe la entrada a polideportivos e instalaciones municipales, por el bien, sobre todo, de los niños.
