Menos de dos meses le quedan a este 2020, devastador en todos los frentes de la sociedad y que también se ha cebado con el deporte. Ni Juegos Olímpicos, el buque insignia de las competiciones este año, ni otras como la Eurocopa se han podido celebrar y queda por ver si 2021 será el año propicio para ello.
Los anuncios de las vacunas y su efectividad, con diferencias de una unidad (92,93,94,95 %) constituyen en una carrera frenética por devolver al mundo a una normalidad que parece ya marciana. El deporte ha empezado, con más medios el profesional que el amateur, a trompicones este último, no por falta de voluntad, sino por las piedras del camino.
Con el CSD más preocupado de sacar pecho de sus acuerdos con Tebas y, después del rescate del COE, ha salido adelante un protocolo que sigue delegando en gran parte la responsabilidad en los clubes, que tuvieron que adelantar varios test antes de que lleguen las ayudas del ente deportivo.
Con comunidades con situaciones epidemiológicas muy distintas, cierres perimetrales y un problema sanitario lejos de resolverse, algunos equipos han ido completando jornadas, mientras otros veían cómo se iban cancelando sus encuentros debido a los brotes del coronavirus.
Si hay contagios en la élite, donde según el señor Tebas viven en una burbuja, ¿cómo no les va a ocurrir a aquellos que compaginar práctica deportiva con sus respectivos trabajos?
Ha pasado más de un año desde que se detectó el primer caso de Covid-19 y seguimos con más dudas que evidencias. Sabemos más que entonces pero nadie se aventura a hablar de futuro, porque la incertidumbre se ha apoderado de una especie, la humana, acostumbrada a vivir de certezas.
