¡A la hoguera!
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¡A la hoguera!


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En la Edad Media, en la plaza del pueblo era habitual que fuesen ajusticiados los delincuentes o cualquier maleante que las autoridades considerasen que merecía un castigo ejemplar.

Por desgracia siguen esas plazas con patíbulo, aunque ya no tienen presencia física en nuestras ciudades, sino que se han trasladado a las redes sociales. Ejemplos hay mil, donde se lapidan cada fin de semana a deportistas y entrenadores de forma indiscriminada. El último, por citar alguno, fue Sergio Llull. El base-escolta del Real Madrid no estaba teniendo su mejor tarde ante el CSKA, de hecho él mismo con una falta se autocambiaba, después de fallar el tercer triple consecutivo. Pero los genios, los jugadores determinantes, los super clase, son capaces de levantarse cuando parecen más hundidos. Y lo hizo Llull. Después de fallar los siete primeros triples Laso siguió confiando en él, para dibujar una jugada en la que marcaba el 91-90 desde 6,75. 17 segundos y a uno los blancos del equipo ruso.

Tuvo también el triple para forzar la prórroga y lo falló. Su tiro imposible, que tanto le ha dado al Real Madrid, esta vez no entraba. Él mismo sabía que estaba mal y así lo reconocía a los pocos minutos. “El primero que lo sabe (que estoy mal) soy yo”, declaraba en ‘Onda Madrid’. “No necesito que nadie me venga a decir que no estoy bien”.

Pero parece que sí que hacía falta, porque el juicio público en Twitter no se hacía esperar. En la Edad Media solo el verdugo tenía la cara tapada, el resto del pueblo llano, con el rostro descubierto, lanzaba improperios al pobre infeliz condenado. Ahora ya no, las redes sociales favorecen el anonimato detrás de fotos de avatares de gatitos o de lo que se tercie. Muy poca gente muestra su rostro y el escarnio es feroz.  A veces da la sensación de que estamos deseando que alguien falle, mientras afilamos nuestra pluma, para descargar con fiereza nuestros dedos en el teclado del móvil o del ordenador y despacharnos a gusto. “A la hoguera”, gritaban en aquella oscura Edad Media y eso mismo, siglos después, parece que hacemos nosotros, intolerantes con el fallo y esperando el error ajeno para sacar tajada.

Como conclusión, en nuestra mano está que las redes sociales sean un espacio de intercambio de información y opinión y no una expresión de nuestros peores instintos como individuos. 

¡A la hoguera!

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