Al palo largo (7)
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Al palo largo (7)


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Esos equipos, que no han cambiado de entrenador o que llevan suficiente tiempo con el “nuevo”, deberían, como comentamos, tener asimilados y “estabilizados” la idea y conceptos del entrenador. A pesar de eso; un equipo de fútbol es un ente vivo, que evoluciona (o involuciona) y debe irse adaptando, modificando y ajustando según el momento de la temporada y los factores intrínsecos y extrínsecos que le condicionan o influyen. Aunque existen dichos cambios a lo largo de la temporada; estos, son (suelen o deben ser) siempre en torno al hilo conductor de la idea general del entrenador presente (o club), la cual, ya está instaurada en las mentes de sus jugadores; y, en torno a ella, estos deben crecer y evolucionar. En relación a esto, es frecuente escuchar que hay entrenadores que hacen progresar y/o mejorar a los jugadores; que los “convierten” en mejores jugadores o que les hacen alcanzar un nivel superior al que, supuestamente, tenían antes de pasar por sus manos. También puede ser que el proceso sea inverso, que el jugador haga mejor al entrenador; personalmente, me decanto por calificarlo como un proceso simbiótico. En dicho proceso; si ambos están predispuestos, tienen condiciones y trabajan, al final, unos acabaran por beneficiarse de los otros. En este quid pro quo el jugador y el entrenador deben estar dispuestos y predispuestos a aprender y mejorar; ambos deben cumplir dichos requerimientos para que la relación sea bidireccional e igualitaria y pueda así fructificar. 


Como comentábamos, ambas partes deben cumplir ciertos requerimientos para la mejora de las dos partes y el equipo, pero no siempre sucede así. Por ejemplo debido al, tantas veces archidegradado en el mundo del fútbol, concepto de la intensidad dicha relación no siempre se cumple. Vamos a seguir con el juego para ver un ejemplo relacionado con la primera parte de la ecuación que no cumplen este quid pro quo; los jugadores. Existe un tipo de jugadores a los que, muchas veces, se les califica como “intensos” pero que, en mi opinión, no lo son. Si alguien me preguntase que quién es más intenso Busquets o “x” mediocentro que se pasa todo el partido dando leña, cortando el juego, con follones… diría (sin saber ni de que otro mediocentro hablamos) que el mediocentro culé. Es el jugador más intenso que conozco. Me explico; la intensidad, bajo mi punto de vista, es un aspecto predominantemente psicológico; asociado a la concentración, atención y aplicación-predisposición a resolver los problemas-situaciones que se dan durante el juego. El otro jugador puede ser lo más agresivo que puedan imaginarse, romper 3 tibias por partido pero no necesariamente será “intenso”; sino que, incluso, sea todo lo contrario. Puede que sea agresivo (que no intenso) porque reacciona tarde por su desatención, por su focalización en otros aspectos que pasan (y no los marcados-trabajados por su entrenador), por no tener asimilados los conceptos propuestos… En cambio; Busquets, cuando está en fase defensiva, ya está antes de que llegue el rival o balón a la zona peligrosas y en fase ofensiva llega-aparece en el momento justo. Está siempre atento, concentrando, pensando… es el máximo exponente de la “intensidad”. Por lo tanto, el jugador normalmente considerado como “intenso”, involuntariamente (o no), no cumple con su “parte” (no la que tiene que ver con la predisposición) porque su atención y pensamiento, en lo relativo a lo que sucede en el juego y a las directrices del entrenador, no son los adecuados. 


Para terminar con la parte relacionada con los jugadores, hablaremos de otro tipo de estos que tampoco permite que se cumpla esa relación simbiótica entre él y entrenador; los talentosos. De estos ya hemos hablado en un artículo anterior y veíamos como no cumplen debido a que su pensamiento es individualista (en relación a compañeros, entrenador, equipo…) y no está dispuesto (ni predispuesto) a aprender y mejorar porque no lo necesita; tiene “talento”….


A continuación vamos a hablar del otro elemento que puede no cumplir su parte; el entrenador. Un ejemplo podría darse cuando un equipo está totalmente desorganizado/partido/desequilibrado y dicho entrenador demanda-reclama durante el partido (a poder ser a gritos que se oigan desde la grada) o en sus posteriores declaraciones: “Más intensidad” (Otra vez), “correr más”, “ser más agresivos”… En estos casos tengo comprobado, una vez finalizado el partido y con datos estadísticos en mano, que en realidad, no fue así. Estos jugadores, durante el partido, no paran de correr (persiguiendo sombras, eso sí) para siempre llegar tarde a la presión; no ganan ningún segundo balón, porque nunca cae donde deberían estar; no ganan ningún duelo individual, por llegar siempre en desventaja posicional al estar mal colocado-posicionado (al igual que en el caso del segundo balón); “llega” siempre un jugador de más del equipo rival… Sinceramente no creo que sea culpa ni de la “intensidad” ni de “huevos” (con perdón) sino, más bien, por regla general, porque el entrenador no cumple, como comentábamos, con uno de esos requisitos; el relacionado con la cantidad o calidad del trabajo en cuestión. En este caso el que siempre queda “expuesto” o mal valorado es el jugador; siendo aumentada tal percepción, ante casi cualquier observador externo, por la bronca exagerada de su entrenador durante o al final del partido.

Es, como comentábamos, aquí cuando una de las partes, bien sea por falta de conocimientos, capacidad de esfuerzo y de trabajo, falta de empatía (y de respeto en ocasiones) con los jugadores… el que rompe esa relación simbiótica que comentábamos al principio. Este tipo de entrenadores no son simbióticos para con los jugadores y se aprovechan de estos, haciéndoles parecer “culpables” de realizar mal todas esas acciones; cuando, en realidad, ni siquiera las han entrenado-trabajado o no lo suficiente. En mi opinión, por regla general, el argumento de intensidad, compromiso, “huevos” (El fútbol no es una tortilla, no es cuestión de huevos; la competitividad se le presupone a un futbolista, eso tiene que venir de serie) esconden otros aspectos u otras carencias del equipo; es “el comodín de la llamada” para muchos entrenadores (por regla general, repito).
Uno que sabe mucho de esto llama a este tipo de entrenadores que se pasan el día “hablando”, dando discursos, diciendo “hay/tenemos que”… entrenadores predicadores o lariqueiros. Estos entrenadores se quedan en eso, en hablar, NO lo trabajan; no (solo) llega con decirlo, hay que entrenarlo con ellos para que lo hagan. No le puedes demandar o recriminar a tus jugadores lo que no has entrenado y, aun encima, si luego sale mal la cosa te justifiques con su falta de amperios o huevos...


Abrazo de gol para todos/as.

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