Libertad de expresión
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Confieso que me he enterado de la normativa federativo-arbitral conforme había comenzado ya la temporada. Y me ha sorprendido, sobre todo teniendo en cuenta los tiempos que corren (o quizá por eso no me tendría que sorprender demasiado). Pero voy a aclarárselo al lector que todavía no haya caído en el asunto. 
Resulta que los árbitros han logrado esta temporada –además de los muchos privilegios que ya tienen- la invulnerabilidad de la crítica tanto de entrenadores como jugadores de fútbol. Y resulta increíble que este tipo de normativas puedan estar vigentes en una época en la que cualquier libertad –la de expresión, la primera- forma parte del estandarte teórico del pensamiento moderno. Porque parece ser que cualquier técnico o futbolista que critique a un colegiado puede ser sancionado automáticamente , y con sanciones, algunas, que no son moco de pavo. Pero no hablamos ya de declaraciones en las que falten al respeto a algún sujeto o colectivo sino también las referidas a las incidencias ocurridas en el terreno de juego. O sea, que tienes que acatar la decisión del árbitro ya no sólo dentro del campo sino también esa sumisión se traslada fuera de él. Algo inaudito que no había ocurrido nunca y que Rubiales calificará como protección del colectivo arbitral. 
Naturalmente, esta decisión unilateral y hasta dictatorial, nos atreveríamos a decir, cuenta con la aprobación mayoritaria (por no decir total) de los árbitros, tan poco amigos siempre de las críticas y tan obedientes a la hora de acatar las humillaciones que les vienen de dentro, porque saben que llevar la contraria les puede costar caro. 
En eso tiene bien aprendida la lección Óscar García Junyent, el entrenador del Celta, quien, al haber sido perjudicado claramente el pasado domingo frente al Valladolid, sólo se atrevió a quejarse con la boca pequeña. Y la razón de no chillar más la dio él mismo: “No voy a decir más porque este árbitro (Sánchez Martínez) nos va a pitar más partidos a lo largo de la temporada”. 
Aunque, en realidad, con estas declaraciones dejaba bien claro que la imparcialidad en el colectivo arbitral depende de quién esté enfrente o de determinadas circunstancias que se presenten en ese momento. 
Pues nada, Rubiales. Si hay que decir que los árbitros sobre los que usted manda son los mejores, pues se dice; que son los más guapos, pues lo serán; que están mejor pagados de lo que se merecen, pues también. Pero sobre todo son los más cobardes de unas cuantas generaciones, al escudarse en normas que parecían pasadas de moda.

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