GARBIÑE Y CARLA
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GARBIÑE Y CARLA


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No pueden ser más opuestas. Una es alta y la otra, baja. Una basa su juego en la fuerza y la otra, en la técnica. Una es nerviosa y se altera a la mínima y la otra parece que tiene la sangre de horchata. Se trata, como ya lo habrán adivinado por el titular, de las dos principales tenistas españolas del momento: Garbiñe Muguruza y Carla Suárez.

Y viene este comentario acerca del tenis femenino español, principalmente, porque nos sorprende el comportamiento tan despótico y despreciativo que tiene la tenista hispano-venezolana con su entrenador, el francés Sam Sumyk. Garbiñe le suelta, en los intermedios de algunos partidos, toda suerte de comentarios despectivos y parece no hacer caso a los consejos que le da su técnico.

El colmo de la falta de respeto y malas formas de Garbiñe –que se comporta como una niña mimada, acostumbrada a hacer lo que le da la gana- llegó en el pasado Masters 1000 de Miami, cuando el moderado Sumyk le contestó tranquilamente a la caprichosa: “No me vuelvas a decir que cierre la p… boca”. Dándose cuenta de su error, Garbiñe rectificó inmediatamente: “Lo siento, lo siento…”

"Quizá por ser tan contrapuestas, ambas tienen una buena relación personal"

Es una pena que, con las condiciones que tiene Garbiñe, no se serene algo más.  A pesar de ello ya ha conseguido un Grand Slam, el Roland Garros del pasado año, pero no parece acostumbrarse a soportar los vaivenes que presentan los partidos. Su técnico hace de preparador y psicólogo, pero lo que pasa por la cabeza de la jugadora sólo ella lo sabe. Sobre ese comportamiento, la propia tenista ha comentado: “A veces no sé cómo Sam controla mis momentos de tensión”, que es una forma de decir que no sabe cómo la aguanta.

Sumyk no es un recién llegado al mundo del tenis. Estuvo como manager de Victoria Azarenka durante varios años y la llevó al número uno de la clasificación mundial. También había estado con Zvonareva y, en los últimos tiempos, aguantó seis meses con la canadiense Eugenie Bouchard, a la que dejó tras comprobar que le gustaba más el mundillo artístico que el tenístico.

Sam Sumyk no hace más que hablar bien de Garbiñe. Cuando la tenista cayó eliminada en primera ronda en el US Open de 2016 fue el primero que dijo: “Soy el único culpable, no supe llevarla adecuadamente”. Y añadió, por si cabe alguna duda: “Garbiñe es una jugadora de tenis única”. Lo que no soporta el técnico francés es que su pupila le diga: “Para qué voy a pelear estando 0-3 abajo en el segundo set. No quiero jugar más”. Sumyk, que ha superado ya la cincuentena, ve a la tenista con otra perspectiva, quiere lo mejor para ella pero también le  reclama un poco de respeto. “Intento que Garbiñe sea la mejor jugadora, pero también la mejor persona que pueda ser”, dijo en una entrevista reciente.

Dice Garbiñe que a veces, tras los partidos, llora al llegar a casa para desahogarse. “No me puedo contener, es lo mismo que me pasa cuando rompo alguna raqueta. Después me quedo más satisfecha”.  Sus amigos y conocidos aseguran que es un encanto de chica, muy agradable y sonriente en el trato personal. Si trasladara alguno de esos valores a la cancha y aumentase su espíritu de lucha, su sacrificio y su humildad, su entrenador también estaría más satisfecho y ella conseguiría mejores resultados. No nos cabe la menor duda.

Carla se nos ha quedado relegada en este comentario. Una jugadora técnica, que basa su tenis en jugar y no golpear, parece fuera de sitio en el circuito. Aun así hace lo que puede y no deja de ser una delicia verla jugar. Ella es con sus técnicos –Xabier Budó y Marc Casabó- lo contrario que Garbiñe: los escucha con devoción. Le haría falta un poco más de suerte –y fuerza- para dejar para la historia lo que su verdadera categoría merece como jugadora.

Quizá por ser tan contrapuestas, ambas tienen una buena relación personal.

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