CUESTIÓN DE DINERO
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Muy ingenuos éramos los que pedíamos la dimisión de Ángel María Villar cuando estaba en plenitud de su cargo, alegando los casi 30 años que llevaba en la presidencia del fútbol español. Ni siquiera cuando ya lo envió el juez a la cárcel se le ocurrió la idea de dimitir, así que hubo que esperar a la decisión del Consejo Superior de Deportes -que lo suspendió "cautelar y provisionalmente", o sea, no definitivamente- para sacarlo de la poltrona. Sí, en esta ocasión hizo falta la Guardia Civil para que abandonase su privilegiado puesto, aunque no de forma rotunda, según los matices que estableció en sus declaraciones el máximo responsable del deporte nacional.

Todo en nuestra vida está regido por lo material: el dinero parece condicionarlo todo. En el fondo, lo de Villar y su hijo (y sus colaboradores necesarios) era un asunto de dinero. Y lo que está privando en el mundo del fútbol - ­entre clubes de toda Europa- es el poderoso caballero. Unos pueden usar y abusar de él porque les sobra a algunas sociedades - ­Mourinho en el Manchester United o Guardiola en el Manchester City, por poner los ejemplos más llamativos- y otros se van apañando con lo que pueden, pero siempre en un escalón inferior al de los citados.

Siguiendo la relación con el "caso Villar", se hablaba estos días de que las normas económicas que rigen el fútbol se apartan, de alguna manera, de la lógica y quedan amparadas por la vinculación sentimental que socios y seguidores hacen de sus equipos.

Y que, en cierta forma, proporcionan protección a los dirigentes deportivos, que realizan operaciones que no se atienen a la lógica humana y que, desde luego, no harían en sus empresas.

Así, durante los últimos días se está hablando de que el brasileño Neymar podría abandonar el Barcelona. Su cláusula de rescisión está cifrada en 222 millones de euros (más de ¡37.000 millones de pesetas!), que, al parecer, estaría dispuesto a pagar el París Saint Germain, equipo destinatario del delantero.

También se habló recientemente de un preacuerdo del Real Madrid con el Mónaco, mediante el cual el equipo de la capital de España pondría encima de la mesa 180 millones de euros (30.000 millones de pesetas, aproximadamente) por el futbolista francés Mbappé, un chico de 18 años, que hizo su debut en profesionales la temporada pasada y cuyo rendimiento es más una incógnita que una realidad. Ambas operaciones parecen una locura, pero estoy seguro que hasta esa desmesura quedaría justificada por la mayoría de los socios y seguidores de estos clubes si se les preguntase.

Nos acordamos en estos momentos de aquel traspaso de Johan Cruyff del Ajax de Amsterdam al Barcelona. Había causado sensación y eran 100 millones de pesetas (unos 600.000 euros actuales), una minucia para las cantidades que se barajan ahora. Bien es verdad que hace de aquello más de cuarenta años, pero también es verdad que el dinero se dilapida cada vez más. ¿O no es un despilfarro pagar los 57 millones de euros que abonó el Manchester City en la cuenta del Mónaco por el defensa francés Mendy?

Otras cifras que circulan son los 80 millones que se embolsó el Real Madrid por el traspaso de Morata y que pagó el Chelsea. También parece va a costar 80 millones la incorporación del brasileño Coutinho al Barcelona. Realmente se ha perdido el control, pero entre intermediarios, televisiones y publicidad parece que la estabilidad de estas instituciones ­y de otras de rango parecidoestá garantizada.

Pero el fútbol no es una empresa. Hay directivos que dicen que sí y gestionan la vida económica de los clubes pensando de esa forma. Sin embargo, tienen una ventaja: en caso de que hagan una mala gestión y el club pierda dinero, ellos no son responsables. Así, cualquiera. En eso sí que no hemos avanzado mucho desde hace cuarenta años.

 

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