Los admiro, lo reconozco. Tengo cierta debilidad por aquellos que dan el salto a las poltronas de los clubes de fútbol. En el Depor tenemos ejemplos de ello, ya que a pesar de haber estado en una situación catastrófica ha habido gente que ha dado el paso adelante.
Para no irnos a épocas muy legendarias, empecemos con la de Augusto César Lendoiro. El equipo estaba al borde del abismo y el club con una deuda espectacular, a punto de echar el cierre. Lendoiro, animado por unos amigos muy deportivistas, dio el paso, aunque sólo ponía una condición: tenía que ser candidato único. Y así accedió al sillón presidencial deportivista. Lo que vino después, impensable: seis títulos y el Depor se posicionó en Europa como un equipo revelación. Con la crisis llegó la ruina y la entidad, una vez más, al borde de bajar la persiana. Es lo que tiene no saber irse a tiempo de los puestos.
Con la sociedad blanquiazul en concurso de acreedores, volvió a tener ‘suerte’ al aparecer la figura de Tino Fernández. Éste, en un momento muy delicado, supo sortear con brillantez las dificultades al poner proa a la modernización y profesionalización. Pero el empresario coruñés fue incapaz de sintonizar con el deportivismo y evitar las pedradas que recibió, creo que injustamente, con comunicados de quien debió echarse a un lado. Así las cosas, le sucedió de mala manera Paco Zas y, finalmente tras una revuelta del entorno, llegó Fernando Vidal, que está en la tarea de unir al deportivismo. Ojalá lo consiga.
