Dicen que para ser portero hay que estar un poco loco. Lo cierto es que hay multitud de casos a lo largo de los tiempos, aunque cada vez menos. En tiempos pretéritos, los que jugaban la pelota con los pies eran los locos: Carrizo, Hugo Gatti, Fenoy, René Higuita, Chilavert, Bruce Grobbelaar, Jorge Campos, Nacho González, Hans-Jörg Butt... Ahora es más necesario que nunca que el portero sepa qué hacer con la pelota en los pies. Y nunca tanta cordura hubo en las porterías.
Quizá muchos guardametas se coloquen por primera vez entre los tres palos por el mero hecho de sentirse con el poder de ser el único jugador que puede agarrar una pelota que los otros diez pueden tocar con todas las demás partes de su cuerpo menos las manos. Porque hay algo de vivir a contracorriente en ser portero. Al fin y al cabo, su trabajo se resume en evitar el objetivo único del fútbol, su instante más deseado y bello: el gol y todo lo que ello conlleva. La victoria, la derrota y la celebración. Desde el césped hasta el sofá, pasando por la grada.
Al delantero le llueven palos si falla una ocasión clara, o diez. Aunque nunca tantos como un portero que comete un error que le cuesta un gol en contra. Porque todos los guardametas, incluso los mejores sin ningún tipo de excepción, han cometido tarde o temprano pifias groseras. Esos errores de bulto en los que regalaron un gol al adversario son los que suelen recordar los aficionados por los siglos de los siglos. Porque la labor del portero no es parar lo imparable, sino no encajar lo parable. La portería no perdona, incluso a los porteros de club, de la casa. Ian Mackay es el caso más reciente por estos dominios. Seguro que no será el último.
A Riazor, pocos meses después de la traumática salida del canterano blanquiazul de O Ventorrillo, ha venido a parar Helton Leite, hijo de leyenda canarinha aunque con una trayectoria de perfil bajo alejada de la figura estelar de su mítico progenitor. Llegó tarde y comenzó en el banquillo, aunque no tardó en ganarse la titularidad. A Germán, el portero del ascenso, el premio de jugar se le acabó pronto porque apenas capturó algún balón de los escasos que le llovieron en las dos primeras jornadas, ante Oviedo y Huesca. Entonces llegó el momento del brasileño, de menos a más desde su aparición, a todos los niveles. Tanto bajo palos como delante de los micrófonos. Helton no pudo escapar de los detractores después de alguna pifia, aunque es cierto que pocos (o ninguno) reclamaron el regreso de Germán al once inicial. El brasileño ha ido creciendo a la par que el equipo. Sólido siempre en los mano a mano y en los lanzamientos de media y larga distancia —su envergadura le ayuda a llegar casi a cada rincón de la portería—, se ha ido soltando en lo que en sus inicios blanquiazules se convirtió en el epicentro de las críticas a su juego: los centros y balones por alto. A Helton se le caía el larguero encima, que se decía antiguamente. Pese a su apreciable estatura y notable corpulencia le costaba un riñón dar dos pasos adelante y sacar los puños. Lo que se dice dominar el área. También ha ido ganando en ese aspecto. Y con él, todo el equipo.
Helton superó el habitual periodo de adaptación. Ahora se declara feliz en el Deportivo y en A Coruña. Cuando los resultados acompañan llega la ansiada tranquilidad. Y no hay mejor ejemplo de ello en este Dépor que Helton, un portero de todo menos loco.