A algunos no nos pilló por sorpresa la desfeita de ayer en Riazor. Alguna gente sabía de antemano que el Mirandés es turrón del duro. Un equipo intenso donde los haya, capaz de sacar de sus casillas a cualquier rival a base de continuos contactos, ‘faltitas’ y un acierto de cara a portería fuera de lo común. Lo que sí resultó sorprendente fue la señalización del penalti que allanó el camino al conjunto burgalés. ¿Cuándo se va a aclarar el gremio arbitral? ¿No habíamos quedado en que si el balón llega a la mano después de golpear en otra parte del cuerpo se considera involuntaria y no se pita falta/penalti? El VAR, y no es la primera vez, se quedó callado. Como en una patada alevosa de Juan Gutiérrez a Yeremay a la altura del muslo. ¿No era de roja? Sin embargo, sí intervino para expulsar a Diego Villares por un enganchón de piernas en un balón dividido en mediocampo que ni él ni Gorrotxategi tocaron.
Sea como fuere, quedaron constatadas unas cuantas realidades del Dépor. La primera, que le cuesta horrores enfrentarse a este tipo de rivales –que son mayoría en la categoría– debido a unas carencias palpables, sobre todo en el aspecto físico. La segunda, que una vez alcanzado el ecuador del campeonato todo el mundo debe tener claro que no existe otro objetivo que evitar volver a caer en el pozo de la tercera categoría. La tercera, que aún observando que hay varios equipos que parecen condenados como el Cartagena, el Racing de Ferrol o el Tenerife –ojo no los revivan Os Nosos en el partido aplazado–, al menos la cuarta plaza de descenso no parece tener un opositor claro. Para evitarla, urge una remodelación en la plantilla. Urge que Papá Noel y los Reyes Magos se porten.