Cuando está a punto de finalizar el año, entre los muchos datos que pueden ser objeto de estudio figuran los de un futbolista singular. Me refiero al canario Rubén Castro que, con 40 años cumplidos (Las Palmas, 27 de junio de 1981), sigue agrandando su leyenda al ser el jugador que ha marcado a más rivales distintos en Primera y Segunda división (67 goles), sumando además 270 tantos en partidos oficiales, que le sitúan quinto realizador histórico en España tras Messi (472), Cristiano (311), Quini (283) y Zarra (280).
¿Se acuerdan queridos lectores de Rubén Castro? Sí hombre, aquel chavalito que, en compañía de Momo, desembarcó en el Deportivo de La Coruña en el verano de 2004 para eliminar la deuda de 3,6 millones de euros que Las Palmas, desde el 2000, mantenía con el club que entonces presidía Lendoiro, debido al traspaso a los isleños del argentino Schürrer. El nombre de Rubén Castro empezó a sonar en la temporada 2001-2002 con el equipo canario tras marcarle dos goles a Iker Casillas en el Insular y que ganaron los amarillos por 4-2 al Real Madrid. Las dos campañas que jugó en el primer equipo de su tierra, amén de seis partidos con la selección Sub-21 con la que materializó cuatro goles, parecían presagiar un brillante futuro, y así lo entendió el entonces presi deportivista, que sabía de fútbol más que nadie, y manejó con maestría los hilos para incorporarle al club.
Pues nada, que el tío, que está a seis meses de cumplir los 41 tacos y ya tiene prácticamente escrita su historia, sigue siendo una auténtica tortura para las defensas rivales. Y aquí quiero recordar la poca o nula visión de los técnicos deportivistas que le tuvieron bajo su disciplina: Jabo Irureta (2004-05), Joaquín Caparrós (2005-07) y Miguel Ángel Lotina (2007-10), y que echaron por la borda un proyecto que pudo ser determinante en el club herculino ante la posibilidad de poder volver a contar con un artillero que nos hiciera olvidar a los extraordinarios Mackaay o Diego Tristán. Y a los hechos me remito.
Su estancia en el Deportivo tuvo que resultarle de lo menos cómoda posible, porque no conseguía encontrar acomodo. Los entrenadores citados no confiaron en él y empezó un peregrinaje a préstamo por múltiples equipos que seguramente frenó su progresión: Albacete, Racing de Santander, Nástic, Huesca y Rayo Vallecano.
Tristán, que se marcharía en 2006, era un hueso duro de roer. Coincidió con él en la última temporada de Irureta y en la primera de Caparrós. Quizás esa fuera una razón lógica para la cesión esas dos campañas del canario, para que se fuera haciendo, pero luego pienso que no.
Su regreso al Deportivo, tras la cesión de turno, era solo para rehacer la maleta hacia otro destino. Y eso que lo que había, tras la marcha de Tristán, en el vestuario deportivista no era cosa del otro jueves. Tal vez sólo Riki podría disputarle en aquellos momentos el nueve, porque los Bodipo, Sebastián Taborda y Pepe Sand no constituían, en la opinión de una gran mayoría de los que frecuentábamos Riazor, una amenaza seria. Pero Lotina, el técnico de turno, no confió en él y Rubén Castro sería traspasado al Betis en agosto de 2010. Y yo diría que, desde ese mismo momento, Riazor empezó a añorarle.
Con el Betis logra el ascenso a Primera División en su temporada de debut, consiguiendo 27 goles, mientras en La Coruña los aficionados, como digo, nos tirábamos de los pelos. En la campaña siguiente volvió a ser tan efectivo que la UEFA lo consideró el delantero revelación de la liga española. Y ya, no dejó de sumar goles vistiendo la camiseta bética. Tantos que, en el momento de su marcha en 2018, era el máximo goleador de la historia del Betis, con 147 goles en 290 partidos. Récord que se mantiene intacto.
Les hablaba anteriormente de los arietes con los que tuvo que competir en el Deportivo, pues fíjense en sólo un par de los que le disputaban el puesto en el club verdiblanco: el brasileño Leo Baptistao, que alcanzó cierto prestigio en el fútbol español (Rayo, At. Madrid, Betis, Villarreal y Espanyol) y que todavía sigue acreditando su calidad en el Santos brasileño, y Jorge Molina, que aún brilla con el Granada y que en abril cumplirá los 40 años también. Y hay que añadir una circunstancia que no le iba a favorecer en su rendimiento, porque hubo de afrontar durante su estancia en Heliópolis una causa penal por una presunta agresión a su entonces pareja, que le trajo un sinfín de quebraderos de cabeza por los distintos autos inculpatorios desfavorables y, sin embargo, siguió rindiendo a un gran nivel en el terreno de juego, hasta que a mediados de 2017 sería absuelto de todos los cargos. Al final de la temporada rescindió su contrato tras ocho convertido en una de las leyendas del club.
Aquí, ya con un montón de años en el carnet (37), regresó a su natal Las Palmas, seguramente con la intención de concluir su carrera profesional en su tierra. Pero siguió marcando goles, el que más del equipo, y tras las dos temporadas que había firmado, no alcanzó un acuerdo para su renovación y decidió agotar sus posibilidades y emprender una nueva y última aventura en un club modesto de la península: el Cartagena de LaLiga SmartBank (2ª D), donde por cierto ya lleva dos temporadas de pleno éxito, marchando en ésta como segundo clasificado entre los goleadores de la categoría con una docena de tantos, justo cuando se alcanza el ecuador de la competición. Su rendimiento le ha valido para ser incluido en el once ideal de la primera vuelta de LaLiga Smarbank. A ver cómo acaba el año futbolístico. Como apunté, cumplirá en junio 41 años y a saber si sí o si no. Ya me entienden. Que mientras no se le acabe la gasolina, pues a “tirar palante sin mirar pal dni”