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En una época en la que se pagan cifras desorbitadas por traspasos, se tasan jugadores por cantidades hasta hace años impensables, se fijan cláusulas que suman el presupuesto de varios equipos de LaLiga, se trafica con futbolistas como se tratase de mercancías todavía hay pequeños milagros.

Los aficionados blanquiazules llevan desde que empezó la campaña de abonados volcándose con el Deportivo. No importa los disgustos que les haya podido dar en el pasado, ni las veces que les haya podido decepcionar. La hinchada que nunca se rinde ha vuelto a responder, rompiendo incluso las expectativas más altas. Colas y más colas para conseguir una localidad para una temporada que arranca en menos de una semana.

Buena razón tenía Pepe Mel al decir que ni él ni la plantilla tiene que mandar mensajes a la grada. Una mala costumbre que ya se vio el año pasado, cuando la clasificación apretaba y se señalaba hacia fuera pidiendo unión y apoyo, cuando los problemas estaban dentro. A esta afición a la que nada se le puede reprochar, es momento durante el curso de premiarla. No quiere palabras grandilocuentes o promesas que no se puedan cumplir. Quiere hechos consumados, quiere que lo que se le diga en la sala de prensa se vea en el campo.

Ese patrimonio que el Depor tiene, de afición entregada, que hace colas de horas para conseguir un abono...

Es cierto que esto es deporte (bueno, cada vez menos por desgracia, y más negocio) y no siempre salen las cosas como uno quiere, aunque ponga todo su empeño. Pero la imagen del equipo debería ser diferente a la de pasadas temporadas. Un Riazor lleno merece espectáculo. Y es que, pese a que las televisiones se empeñan en vaciar los estadios, los coruñeses somos tozudos y no nos importa el día ni la hora con tal de poder animar a nuestro equipo.


Ese patrimonio que el Deportivo tiene, de afi ción entregada, que hace colas de horas para conseguir un abono, que es capaz de renovar su ilusión a pesar de los palos, que aunque lleva varios cursos sufriendo se levanta y piensa ‘Este va a ser diferente’, esa que apoya en los viajes, que aplaude los errores propios… Esa afición no se compra.


Por muchos petrodólares que tenga el jeque árabe del PSG, por muchos Neymar que pueda adquirir, esto será algo que nunca podrá cuantifi car ni ponerle precio. A un sentimiento de pertenencia a un equipo, a un escudo, a una ciudad, no se le pueden contar los ceros. Es algo que reside en el interior de los más de 23.000 afi cionados que ya se han pasado por Riazor y de tantos muchos que aún  quedan por pasar. Esto, señor Nasser Al-Khelaïfi , nunca podrá tenerlo por mucho dinero que se  gaste. Esto no se compra.

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