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Este pasado fin de semana arrancó el Campeonato de Portugal de Ralis, con la disputa del “Serras de Fafe” al que acudieron varios miles de aficionados gallegos, habida cuenta del excelente nivel del que goza el certamen luso. En ese sentido puedo decir que como seguidor del automovilismo, siento envidia de nuestros vecinos del otro lado del Miño, y no tanto por cuestiones deportivas, sino sobre todo por el peso social de las carreras de coches, y la imagen asociada a la gente implicada en ellas. La enorme diferencia con nuestro país, se ilustra con un ejemplo: La semana pasada, en los kioscos portugueses, nos encontrábamos a Inés Ponte (actual Campeona Nacional de Ralis como copiloto en el Citroën de José Pedro Fontes) ocupando junto a su hijo las páginas de una revista de las denominadas “del corazón”, como protagonista de un reportaje en que contaba cómo conciliaba su maternidad con la práctica del automovilismo.

Esto podría ser una anécdota, de no ser porque nos revela claramente cuál es la percepción general del portugués medio hacia la gente de los ralis: Es un deporte respetado, donde los que triunfan son ‘gente guapa’ cuyas fotos uno encuentra en el papel couché. Y tal vez buscando asociarse a esa imagen de triunfo, de personajes altamente capacitados que desafían al riesgo en un entorno de alta tecnología, en los ralis portugueses vemos coches patrocinados de forma notoria por Vodafone, Galp o BP, entre otras empresas importantes.

Valoremos ante eso la situación en nuestro país, y preguntémonos ¿Qué porcentaje de habitantes de nuestro país reconocería a Cristian García o Álex Villanueva (actuales Campeones de España de ralis en los certámenes de asfalto y tierra) si se los encontrase por la calle?

Tal vez en la respuesta a esa pregunta, encontremos el motivo fundamental que explica la escasa implicación y presencia de las marcas de automóviles en nuestro automovilismo. O incluso una de las principales causas de que Repsol haya decidido abandonar el patrocinio del equipo que conquistó el título en 2016.

Lo evidente es que si en Portugal salen a cada rali una docena de vehículos R5 (cuyo precio excede los 225.000 euros), y aquí queremos llegar a alcanzar ese nivel competitivo, lo primero que necesitaría alcanzar nuestro deporte es una relevancia y peso social en consonancia (y eso empieza por trabajar en la comunicación).

Sin embargo pienso que seguimos insistiendo en un diagnóstico erróneo (culpar a los reglamentos) y en aplicar un tratamiento equivocado (seguir las normas FIA).

 

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