Es fácil disparar contra el entrenador. Los jugadores cuentan con la regla básica futbolística de cualquier directiva: es mejor cargarse a uno que a veintidós, pero lo de del Depor empieza a ser realmente preocupante. No digo que Riazor vaya a celebrar con cohetes la renovación de Richard Barral como director deportivo y planificador de la plantilla, pero estaría bien hacérselo mirar. La plantilla, puede que sea por causa de los pocos dineros en las arcas del club, es justita. Muy justita.
Está fuera de toda duda que el Sevilla cuenta con mayor potencial y es uno de los grandes de Primera, pero llevaba (si contamos con el último duelo de la Liga de Campeones que los dejó tocados) nada más y nada menos que seis partidos sin saber lo que era ganar. Así que ahí apareció el Depor en escena para aliviar la tristeza y homenajear la salida de Monchi del club hispalense. Pues sí, cualquier plantel que padezca mal de amores (victorias), llegan los blanquiazules y se convierte en el 'qui-ta-pe-nas', el equipo bueno de la Liga.
Llevamos con el de ayer cuatro encuentros tan lamentables que el deportivismo reza para que los de abajo sean tan malos como nuestros jugadores, que adolecen de intensidad y de coraje, ni siquiera son capaces de agradecer a los cientos de seguidores que se metieron entre pecho y espalda casi mil kilómetros para animar a unos futbolistas sin alma, que ni si quiera tuvieron la decencia de tapar sus carencias con lucha. Ni compiten, ni 'ná'.
